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La función del Arte como expresión de la energía humana

Dernière mise à jour : 17 juin

No soy un artista, sino un geólogo, es decir, un simple prospector del pasado. Por lo tanto, no hay razón para hablarles aquí. Sin embargo, habiendo tenido últimamente que tratar sobre la Energía humana, su precio, su utilización, su futuro, me ha sido necesario repasar las diversas formas en que se manifiesta la actividad del mundo que nos rodea. Y esto es lo que me ha parecido vislumbrar, y lo que sólo ustedes, artistas, pueden terminar de ver, de explicitar, de realizar.


El Arte, ante todo, por lo que yo entiendo, es una perfección universal que bordea toda clase de realización vital, desde el momento en que dicha realización alcanza la perfección de su expresión. Hay un arte supremo en el pez, el pájaro, el antílope.


Pero el arte, el verdadero arte, se convierte en el Hombre en algo más. Deja de ser un mero adorno para convertirse en un objeto, en una cosa dotada de vida particular. Se individualiza. Y aparece entonces como la forma que adopta en el Mundo a través de esa exuberancia particular de energía, escapada de la materia, que caracteriza a la Humanidad.


De esta sobreabundancia de energía en busca de empleo, sin duda una gran parte es absorbida por la ciencia y la filosofía. Estas no habrían nacido nunca, ni continuarían desarrollándose, si no existiera, gracias al progreso de los mecanismos, una proporción siempre creciente en la Tierra de potencia libre para gastar. La ciencia y la filosofía están, sin embargo, estrechamente ligadas a la culminación colectiva del organismo humano. No tenemos ninguna dificultad en ver su progreso como una extensión legítima y esencial de los progresos de la vida.


En el arte, por el contrario, subsiste sin alteración la libertad, e incluso la fantasía que caracteriza una ebullición de energía en su forma nativa. ¿No hace pensar instintivamente, por su resplandor sobre la civilización humana, en los mil matices lujuriantes e inútiles que se despliegan en el cáliz de las flores y en el ala de las mariposas?


Y entonces surge la pregunta para el ingeniero y el biólogo, preocupados ante todo por medir en las cosas su rendimiento espiritual: “¿El arte no sería simplemente una especie de desperdicio y disgregación, una fuga de la energía humana? ¿Su carácter consiste, como a veces se dice, en no servir para nada? ¿O bien, por el contrario, esa aparente inutilidad no disimularía el secreto de su eficiencia?”


Me he planteado, después de muchos otros, este problema. Y me ha parecido que el arte, lejos de ser un lujo o una actividad parasitaria, cumplía una triple y necesaria función en la elaboración del espíritu a lo largo de los siglos.


En primer lugar, diría, el arte sirve para dar al exceso de vida que se agita en nosotros el primer grado elemental de consistencia, por el cual este impulso, totalmente interior en un principio, comienza a realizarse objetivamente para todos. Una impresión vívida permanece incompleta, o se pierde para los demás, si no se traduce en un gesto, en una danza, en un canto, en un grito. A las ansiedades, esperanzas y entusiasmos del hombre, el arte aporta ese canto y ese grito. Les da un cuerpo y, en cierto modo, los materializa.


Ahora bien, al mismo tiempo, por el hecho de que comunica a estos impulsos una forma sensible, los idealiza y, ya parcialmente, los intelectualiza. El artista se equivocaría, me imagino, y a menudo se ha equivocado, al intentar hacer pasar laboriosamente en su obra una tesis, una doctrina. En él, es la intuición, no la razón, la que debe dominar. Pero si la obra ha surgido verdaderamente del fondo de sí mismo, como una rica música, no temamos: en los espíritus que sean tocados por ella, se refractará en un iris de luz. Más primitiva que cualquier idea, la belleza se mostrará, persuasivamente, como precursora y generadora de ideas.


A la energía espiritual naciente en la tierra, el arte le da así, gracias a su poder de expresión simbólica, su primer cuerpo y su primer rostro. Pero cumple todavía, con respecto a ella, una tercera función, la más importante de todas. Es él quien le comunica y le conserva su marca específicamente humana, al personalizarla. Ciencia y pensamiento, sin duda, requieren también, en sus virtuosos autores, una originalidad incomunicable. Pero, esa originalidad, corren el riesgo de absorberla en la universalidad de los resultados que expresan. El sabio se encuentra más o menos rápidamente anegado en la creación colectiva a la que se entrega. El artista, precisamente porque vive de fantasía, ignora y contrarresta esta neutralización del obrero humano por medio de su obra. Cuanto más se racionaliza y mecaniza el mundo, más requiere a los “poetas” como salvadores y fermento de su personalidad.


En suma, alrededor de la creciente energía humana, el arte representa la zona de avance extremo, aquella donde las verdades nacientes se condensan, se preforman y se animan, antes de ser definitivamente formuladas y asimiladas.


Tal es su eficacia y su papel en la economía general de la evolución.


“Cómo comprender y utilizar el arte en la línea de la energía humana”Direction de l’avenir T11 P 95-97Intervención de Pierre Teilhard de Chardin durante un almuerzo de artistas organizado en París por el Centro de Estudios de los Problemas Humanos el 13 de marzo de 1939.s Humanos, 13 de marzo de 1939

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